martes, 1 de septiembre de 2009

Lamento de verano

Una de esas noches de verano en que te gustaría saber levitar para evitar el contacto incluso con la sábana bajera; en que te gustaría poder alejarte de tu propio cuerpo para escapar a su calor.

Y llega el amanecer destilando lentamente algunas gotas de frescura. Las piernas y los brazos señalando cada uno de los puntos cardinales de la cama. Ya está en la calle la luz de la mañana y se escucha a lo lejos, como en una bruma sónica, la llamada de un tren.

Sosiego al amanecer.

Y entonces la voz de una mujer comienza una letanía de reproches y lamentos, en un crescendo que culmina con un latigazo, ¡Estoy hasta los cojones! Y vuelta a comenzar la retahíla de quejas y recriminaciones hasta alcanzar de nuevo el estribillo, ¡Estoy hasta los cojones!

Y así hasta cuatro veces en la madrugada, hasta hacernos entender a todos los de la calle que está hasta los cojones de alguien.

Y quién no, me pregunto.

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