miércoles, 30 de septiembre de 2009

¿Es sacrificio intentar alcanzar la cima del Karakorum con las manos y los pies congelados?
¿O es placer?

¿Es sufrimiento dejar de respirar dos minutos para observar de cerca una colonia de diminutos pólipos naranjas en la entrada de una cueva submarina?
¿O es placer?

¿Es dolor perder la tranquilidad por empeñarse en ser libre?
¿O es vivir?

sábado, 12 de septiembre de 2009

Sólo es una mañana de un sábado de transición; de transición estacional y emocional.

Pero algunas veces, esos momento sin trascendencia, sin entidad, mudan inesperadamente y se convierten en tan vívidos e intensos que colocan con violencia tu corazón al borde de algún abismo.

Leo en el periódico las palabras escritas por un chaval de 24 años tres días antes de ser fusilado:

"Por esta hermosa cárcel todo sigue tranquilo y sin nada digno de mención, los compañeros de Hontoria y yo seguimos estupendamente y con una salud formidable... a ver si para San Cosme, nos podemos gastar juntos las 17 pts que me mandáis ahora..."

Salomón se llamaba el chico.

Mientras, escucho cantar a Miguel Ríos:

"... en el parque, la armonía del momento se hace luz, nos regala una sonrisa el firmamento, y la puesta de sol se hace amor..."

Y las lágrimas me aplastan.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Corriendo al amanecer

He vuelto a correr al amanecer.

He vuelto a escuchar mis pasos por las calles vacías del pueblo. La luz amarilla de las farolas en la calle de la iglesia, los altos abetos de las casas de piedra del barrio de la estación. Y al fondo, dejando llevar la mirada por la línea de la calle de la Fuente, el monte Abantos en penumbra por encima de los árboles de la última colonia de chalets.

El silencio y la sombra de esta hora primera han sido violentados por el estruendo y los estridentes destellos ambarinos de un camión de la basura.

Lamentable; y sin embargo tan esencial.

martes, 1 de septiembre de 2009

Lamento de verano

Una de esas noches de verano en que te gustaría saber levitar para evitar el contacto incluso con la sábana bajera; en que te gustaría poder alejarte de tu propio cuerpo para escapar a su calor.

Y llega el amanecer destilando lentamente algunas gotas de frescura. Las piernas y los brazos señalando cada uno de los puntos cardinales de la cama. Ya está en la calle la luz de la mañana y se escucha a lo lejos, como en una bruma sónica, la llamada de un tren.

Sosiego al amanecer.

Y entonces la voz de una mujer comienza una letanía de reproches y lamentos, en un crescendo que culmina con un latigazo, ¡Estoy hasta los cojones! Y vuelta a comenzar la retahíla de quejas y recriminaciones hasta alcanzar de nuevo el estribillo, ¡Estoy hasta los cojones!

Y así hasta cuatro veces en la madrugada, hasta hacernos entender a todos los de la calle que está hasta los cojones de alguien.

Y quién no, me pregunto.